viernes, 19 de junio de 2009

La vida de Barranquilla. "Chuzadas" para la reflexión

A raíz de las “chuzadas”, que se volvieron algo normal en nuestro país, quiero presentarles a nuestros lectores una serie de escritos de columnistas barranquilleros que se expresan a través de El Heraldo, el periódico más leído en la Costa Caribe colombiana, para que ustedes se hagan una idea de qué ha pasado en la ciudad, a propósito de estos acontecimientos que lograron que Enrique Berrío, secretario de movilidad del Distrito de Barranquilla le presentara su renuncia al alcalde Alejandro Char.

Primera invitada: Deyana Acosta Madiedo.

Luis Emilio Rada C.

Junio 13-2009.

“Chuzadas” para la reflexión
Por Deyana Acosta M.

Los sucesos de los últimos días, después del primitivo morbo que suele producirnos el tener acceso subrepticiamente a algunos elementos de la intimidad ajena, debe permitirnos avanzar hacia reflexiones más profundas al interior del grupo social.

No es fácil enfrentarnos a la desnudez que se siente cuando se hacen públicas conversaciones del ámbito privado. Indudablemente uno se siente violentado en su ser interior. Comenzaría por dos primeras reflexiones:

La primera tiene que ver con una mirada profunda hacia el maquiavelismo al que hemos llegado como sociedad, donde se recurre a cualquier medio con tal de lograr un fin. Así como un reflejo de lo que estamos viviendo a nivel nacional, las grabaciones de conversaciones privadas obtenidas por medios inadecuados que violan derechos fundamentales como el derecho a la intimidad, son usadas sin ningún tipo de escrúpulos.

La segunda reflexión hace relación a la crisis de liderazgo ético por la que atraviesa nuestra sociedad civil. Las conversaciones ‘chuzadas’ entre reconocidos líderes de la ciudad revelan unas reglas de juego que de pronto para muchos grupos de poder son usuales o comunes, pero que para el ciudadano común resultan impropias y dolorosamente dañinas.

En un contexto descentralizado, los grupos sociales deberían ser capaces de autorregular las reglas del juego de su democracia participativa. Es lo que Adela Cortina llama los mínimos morales de las sociedades liberales modernas. Pero parece que como grupo social todavía no hemos alcanzado esa mayoría de edad. Es una consecuencia de nuestra precaria premodernidad. Todavía no hemos llegado a un acuerdo sobre nuestros mínimos morales, entre otras cosas, porque al existir un reconocido grado de corrupción en el manejo de lo público, asumimos que al lado de esa degradación otros pecados no tan graves en lo privado se valen.

Tal vez lo que ha pasado es una clara señal para que los gremios económicos y el empresariado barranquilleros retomen un comprometido liderazgo ético y de responsabilidad social, entendida esta no como actos de generoso altruismo sino como una ejemplarizante autorregulación y el respeto a unas claras reglas cuando se enfrentan sus intereses particulares contra los intereses generales de la comunidad.

Por último, valdría también la pena una reflexión sobre la escisión entre lo público y lo privado, porque actualmente hay muchos asuntos privados que son de interés público, y viceversa. Estamos en una época en que esa línea sutil es fácil cruzarla. Pero además, cada vez es más difícil concebir un ciudadano dividido en dos naturalezas: una pública y otra privada. La tecnología en las comunicaciones nos lleva cada vez más a hacer público lo privado, por supuesto mediante un acto voluntario.

Parece que el llamado es a la ‘integridad’, es decir a guardar una coherencia entre lo que sucede en el despacho y lo que se hace domésticamente. Esa va a terminar siendo la única forma de protegernos de esa psicopatía social que nos puede convertir en unos monstruos esquizoides para los cuales una cosa es lo que hacemos para fuera y otra lo que hacemos para dentro.