¡Cómo nos
representa de bien, Alberto Salcedo Ramos!.
Ayer,
conversando con un gran amigo. Abogado… Llegamos al tema de las profesiones.
Me pregunta:
¿por qué te definiste por el periodismo?
Y yo le dije: “me
la quise jugar”.
Y lo digo,
porque ser periodista en Colombia no es muy fácil, porque nuestra sociedad
todavía no ha entendido esta profesión. No la respeta aún.
Pero, cuando
leemos este trabajo de María Jimena y Alberto, se puede dormir tranquilo.
Esa conversación.
Esa charla. Ese intercambio, se logra porque esos dos cerebros, son de periodistas.
De los periodistas buenos.
Los pensantes, no de esos que andan con una
grabadorita pensando que “ya se levantaron un billetico, extorsionando a unos
cuantos concejales o diputados corruptos”.
Un abrazo para
ambos.
Me complace tenerlos de colegas.
RADAR,luisemilioradaconrado
Luisemilioradac@gmail.com
@radareconomico1
316 617 3355
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"Estoy aportando mi grano de arena"
Por María Jimena Duzán
EN PLATA BLANCA Alberto Salcedo Ramos, el mejor cronista del país, habla del premio Ortega y Gasset que acaba de recibir, de sus motivaciones para escribir, de ser costeño en Bogotá y de sus retos a futuro.
María
Jimena Duzán: Usted es un cronista reconocido por sus perfiles de los juglares
vallenatos, pero se acaba de ganar el premio Ortega y Gasset con una crónica
sobre un niño del Chocó víctima de una mina antipersonal. ¿Se está
transformando en un cronista de este conflicto armado?
Alberto Salcedo Ramos: Ese cambio tiene una
explicación: estaba encasillado por mi origen costeño. Muchos creían que yo
estaba pa’ echar chistes y hablar de música. Me costó mucho trabajo quitarme
ese estigma de encima. Al principio solo pude hacer crónica de deportistas o de
juglares y tuve que dar una pelea profesional ardua para ganarme el derecho de
hacer otros temas que me movían. Desde que escribo crónicas sobre el conflicto
armado me siento adulto y siento la sensación, quizás un poco mesiánica, de que
estoy aportando mi grano de arena. Norman Mailer decía: “No sometas a la duda
un tema que tienes ganas de trabajar”.
M. J. D.: ¿Por qué le gusta la crónica?
A. S. R.: Porque me permite ser subjetivo. Uno
tiene que ser honesto con el lector y jugarle limpio. Sin embargo, esa licencia
para exponer su visión personal no puede pasar jamás por la alteración de los
datos verificables. Si el pueblo tiene 36 grados de temperatura, pues los
tiene. Sin embargo yo creo que a mí me gusta la crónica porque es lo que más se
nos da a los costeños.
M. J. D.: ¿Cómo así?
A. S. R.: Yo nací en Arenal, un pueblo de la costa,
y le puedo decir que conocí la historia del país a través de la tertulia en los
parques. Yo digo que los primeros libros que leí nunca fueron escritos, sino
que fueron las conversaciones que escuchaba en las esquinas. Esa era mi manera
de leer. Miguel Iriarte un poeta de Sincé, Sucre, me contaba que en su pueblo
había un hombre que vendía horas de palabra. Por eso a mí me encanta una
definición del humorista peruano Sofocleto por lo sincera. Le preguntaron por
qué escribía y respondió: “Escribir es la forma de hablar sin que a uno lo
interrumpan”. Y yo creo que escribo para que no me interrumpan.
M. J. D.: Usted se crió entre los gaiteros de San
Jacinto, pero resulto escritor en lugar de ser músico.
A. S. R.: Así es. Y le cuento una cosa, al
principio sentía que esa música era corroncha, de viejos. Pero luego descubrí
que era parte de mí. No fui músico porque no tengo talento. Si hubiera tenido
la voz de Caetano Veloso, no hubiera escrito ni media línea.
M. J. D.: Y ya que hablamos de música, ¿qué opina
de los vallenatos de ahora?
A. S. R.: El vallenato ya no existe. Se acabó. Solo
existe como una pieza arqueológica. Yo oigo a Silvestre Dangond y no me siento
oyendo un vallenato, eso es música de acordeón, pero no un vallenato. Es una
música llorona, que fomenta el embrutecimiento ilícito. Mire, los juglares eran
campesinos que escribieron una gran música sin saber escribir, en cambio esa
cosa de Silvestre Dangond, de que “Me gusta, me gusta...”, me pone nervioso. Lo
más patético es que uno genera un entorno a salvo de esa música. En mi casa no
se oye. Pero sales a la calle y el taxi que uno toma y ahí la están pasando;
uno llega a la casa de la tía y hay un primo que la está oyendo. Alguien dijo,
no sin razón, que se imaginaba el infierno como un lugar lleno de malos
músicos.
M. J. D.: ¿Cómo le va de costeño en Bogotá?
A. S. R.: Al principio me molestaba el frío, pero
ahora ya no lo siento. Mis amigos me dicen que me estoy volviendo cachaco
porque he aprendido a comer cosas que nunca había probado. Por ejemplo me puedo
comer un cocido boyacense sin ningún problema. Mire, mi oficio consiste en gran
parte en ganarme la posibilidad de entrar en aquellos lugares y culturas a
donde nunca he ido. Y eso lo logro demostrando respeto por el entorno. Bogotá
me gusta porque me parece que es una ciudad que incluye a partir de la
indiferencia. Es decir: ‘Yo no te miro, me importas un comino, pero existes y
convivo contigo’. Me gusta esa posibilidad que da Bogotá de pertenecer a un
rebaño y luego en un momento determinado hundir un botón y decir: ‘Me
desconecto’. En la costa es muy difícil que te dejen aislar porque, como decía
Rafael Escalona, allá lo matan a uno a punta de cariño.
M. J. D.: ¿Es decir?
A. S. R.: Eso quiere decir que te invaden la casa a
las diez de la mañana y que todo es colectivo. Si tienes una novia, todo el
mundo se entera. Hay pueblos de la costa donde no hay moteles y entonces,
cuando los enamorados se meten en un callejón, ese polvo termina volviéndose
colectivo. En la costa es sospechoso el que habla con murmullos, el que baja la
voz. Allá el ruido es esencial para la vida. Hablamos a gritos en la plaza y
hay una gran facilidad para armar una tertulia en la costa.
M. J. D.: ¿Cómo definiría el humor costeño?
A. S. R.: Según Daniel Samper Pizano, que es
cachaco, el humor costeño es penecéntrico.
M. J. D.: Pene… ¿qué?
A. S. R.: Penecéntrico. Es decir que si tú no echas
un chiste en Barranquilla sin un falo, nadie se ríe.
M.J.D.: ¿Y el humor cachaco?
A.S.R.: Ese es más cruel. Vi por ejemplo una vez en
la fachada del Cementerio Central un grafiti que decía: “Levantaos haraganes
que la tierra es del que la trabaja”. Ese grafiti no podría ser posible en
Barranquilla. Allá nos habríamos metido dentro del cementerio con una botella
de ron y le habríamos echado el trago a los cadáveres al son de una
cumbiamba.
M. J. D.: Usted, que ha viajado por toda Colombia
haciendo crónicas, ¿sí cree que somos el país más feliz del mundo?
A. S. R.: Creo que somos los más tristes. Yo por
ejemplo nunca he podido escuchar un porro de las sabanas del viejo Bolívar,
cuando estoy solo, porque me produce una tristeza tremenda. Para mí el porro es
la mejor música que tenemos. Tanto es así que no necesita letra. Es la única
música que se tutea con el jazz y esos guiños intertextuales son posibles
porque los instrumentos son casi los mismos. El porro no es una música
comercial y cuando la oigo me hace acordar de mi infancia en Arenal, mi
pueblo.
M. J. D.: Usted dice que el porro no tiene letra,
pero los porros que más se conocen tienen letra de Lucho Bermúdez.
A. S. R.: Lucho Bermúdez era un mentiroso
maravilloso porque nos convenció que El Carmen de Bolívar era un sitio hermoso.
Cuando lo conocí y vi ese pueblo desangelado me pregunté de dónde era que él
había sacado que era un edén.
M. J. D.: ¿Por qué nunca ha hecho una crónica sobre
parapolíticos o políticos en problemas?
A. S. R.: No lo he hecho, pero me gustaría.
Recuerdo una crónica maravillosa de Gonzalo Arango sobre Jota Emilio
Valderrama, un político conservador. Arango contaba cómo era la vida de Jota
Emilio cuando era estudiante en Medellín. Él venía de algún pueblo de Antioquia
y para poder comer todos los días de una manera más o menos digna, andaba con
cucarachas en el bolsillo y entonces iba a los restaurantes y, antes de
terminar, echaba la cucaracha allí y daba unos alaridos histéricos. Le tocaba
ir cambiando restaurante para que le funcionara el show. Esa crónica es
reveladora porque uno ve ahí el germen de un político.
M. J. D.: ¿Y de qué político le hubiera gustado
hacer una crónica?
A. S. R.: De Santofimio o de Carlos Alonso Lucio.
Me decía el escritor Antonio García que Lucio es nuestro Forrest Gump.
M. J. D.: ¿Cómo así?
A. S. R.: Sí, porque ha salido con los paras, con
los guerrilleros, con Íngrid Betancourt, con la fiscal… Siempre está en la foto
de los momentos históricos de Colombia.
M. J. D.: ¿Y Santofimio?
A. S. R.: Es un gran personaje para una crónica.
Los buenos personajes son los que permiten ver una tendencia muy importante de
la sociedad a la que pertenecen. Nos sirven como espejo, para bien o para mal,
y son aquellos que nos permiten explorar una parte muy importante de la
condición humana. Yo en Santofimio veo un modelo de político que nos ha
representado durante gran parte de nuestra historia. Me parecería un buen reto
escribir sobre Gerlein incluso partiendo de la premisa de respetarlo en sus
opiniones, que es lo que él no hace con los demás. Haría una crónica en la que
trataría de explicar por qué políticos como él, a pesar de ser como son,
resultan reelegidos.
M. J. D.: ¿En Colombia hay buen periodismo?
A. S. R.: Claro que lo hay. Nosotros nos quejamos
mucho. Eso sí: creo que hay mejores periodistas que medios.